Se levanta y ya el amanecer es injusto. Porque sus ojos pesados de sueño y su cuerpo cansado no valen lo mismo que los bolsillos llenos de aquel que vive de su esfuerzo. Siente que todo movimiento que realiza esta manejado como por hilos que lo mueven por inercia. Hace todo sin pensar realmente que es lo que está haciendo. El viaje es interminable, largo Y duerme. Después vienen los mates amargos que lo despavilan, le meten vida al cuerpo. No le queda otra que seguir. Único consejo posible: ponerle la mejor cara a la rutina tediosa.
Continúa sin saber por qué, para qué, para quién. ¿Son los dolores de cabeza y de espalda fructíferos para él? Y al final ¿Quién gana? Él no. Eso lo sabe. Se da cuenta por los platos vacíos, los pies descalzos, los pantalones rotos, el crugir de los estómagos.
De la otra vereda están los autos lujosos, las casas de cuentos, personas a su servicio, trajes, ropa de marca. Y ¿De dónde sale tanto lujo sin el menor esfuerzo? De su espalda dolorida y sus manos escamosas.
Cuando descubre ésto hace un llamado de unión a todos los de su condición. Quiere que le devuelvan lo que es de ellos.
La lucha se desencadena. Sólo de él, de ellos, de nosotros junto a ellos depende el desenlace.
Paula.
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